CURSO III – CLASE OBRERA, PERONISMO Y RESISTENCIA HASTA 1970.

CLASE OBRERA Y PERONISMO (1943/70)

La base económica del peronismo original fue la industrialización y el desarrollo del mercado interno de bienes de consumo. Son bien conocidas las realizaciones del peronismo, nuestro objetivo es señalar sintéticamente sus líneas principales:

  1. La traslación de ingresos del sector agrícola al sector industrial.

Para este primer objetivo creó el Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio. A través de la fijación de precios internos y un riguroso control de cambios, el IAPI obtenía recursos que se destinaron a financiar planes de industrialización.

No solo el gobierno intenta debilitar el poder económico de la burguesía terrateniente. También ataca ese poder en las relaciones sociales, promulgando el Estatuto del Peón Rural e introduciendo la legislación laboral en las estancias.

Se pretendía regular la relación peón/patrón por medio de la Comisión Nacional de Trabajo Rural, compuesta por representantes de peones y patrones. Por primera vez se establecieron en el campo vacaciones pagas, jornadas de 8 horas de trabajo, descanso dominical, sueldos mínimos, indemnización por despido y medidas de seguridad e higiene. (Por un petitorio mucho más modesto habían sido fusilados los peones rurales de la Patagonia en 1921 durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen).

  1. El control financiero del país por parte del Estado

Al nacionalizar el Banco Central (dirigido hasta entonces por un directorio compuesto, en su mayoría, por representantes de los bancos extranjeros más importantes) y centralizar el sistema de seguros en cuasi monopolio estatal, el Estado aseguró el control financiero del país, transformándose en el principal instrumento de crédito.

La nacionalización y creación de empresas estatales (Ferrocarriles, Teléfonos, Líneas Marítimas, etc.), creó en las fracciones de la clase obrera ligada a ellas una estrecha ligazón entre el modelo económico peronista y las reivindicaciones obreras. Lo cual fue la base para el surgimiento de un nacionalismo económico y social con un importante contenido de clase.

Defensa del patrimonio nacional y reivindicaciones de clase estuvieron siempre unidas para la mayoría de los trabajadores peronistas. Esto será muy importante para la resignificación del peronismo que se produce a partir de 1955.

  1. La redistribución del ingreso en favor de la clase obrera y las fracciones sociales subordinadas.

Más allá de cualquier consideración politica, la redistribución del ingreso tiene un beneficiario objetivo: la clase obrera y los sectores asalariados.

  • Entre 1945 y 1948 los salarios reales de los empleados públicos tuvieron un alza del 35% y los de los obreros industriales subieron en un promedio del 50%.
  • En el mismo periodo el consumo, tanto en el sector público como en el privado subió alrededor del 20%.
  • Las cajas de jubilaciones pasaron de 300.000 afiliados en 1944 a 3.500.000 en 1949. Y se estableció por ley un fondo para otorgar pensiones a toda persona de escasos recursos, mayor de 60 años no amparada por ningún sistema jubilatorio.
  • A esta realidad se deben sumar todos los beneficios del salario indirecto: colonias de vacaciones, planes de vivienda, la asistencia de la Fundación, dirigida por Eva Perón, en la distribución de indumentaria, textos escolares y la atención de necesidades individuales y familiares.
  • Los hospitales públicos, entre 1946 y 1951, duplicaron la cantidad de camas hospitalarias.
  • En la educación, la matricula primaria creció un 34% entre 1945 y 1955, la secundaria lo hizo en un 134%, la universitaria se triplicó y en 1949 se eliminaron los aranceles.
  • A partir de 1950 se revierte la tendencia a favor de la clase obrera en la participación en el PBI; sin embargo, la participación del “sector” trabajo pasa del 44,8% en 1944 al 58% en 1954. Al mismo tiempo, las utilidades empresarias descienden del 55,2% al 42% en 1954.
  • Las conquistas que quedaron establecidas en la Constitución de 1949 incluían jornada laboral de 8 horas diarias, indemnizaciones por despido, aguinaldo, vacaciones y disposiciones particulares sobre condiciones de trabajo.

Con esta breve reseña, pretendemos dar una idea aproximada de la magnitud de las modificaciones operadas en las condiciones de vida y trabajo, tanto de la clase obrera como del conjunto de las fracciones populares, durante el peronismo original.

  1. Estado y Sindicatos.

El movimiento obrero participó activamente de la acción estatal. Apoyados por la política crediticia del sector oficial, numerosos sindicatos construyeron sus propios policlínicos y colonias de vacaciones.

En este marco, dado por la conquista de históricas demandas del movimiento obrero –y de otras ni siquiera imaginadas por los luchadores obreros-, se comienza a dar la integración del sindicalismo con el Estado. Hubiera sido incomprensible que los beneficiarios lo vieran críticamente.

La participación de dirigentes sindicales en el gobierno se da a través de la integración individual. La participación en cargos electivos o en funciones en el Poder Ejecutivo (ministros, secretarios, etc.) no surge de decisiones tomadas por un colectivo político con unidad de objetivos (es decir, un partido obrero).

Este es el primer punto de conflicto entre Perón y los fundadores del Laborismo, y culmina con la disolución del Partido. Sin embargo este límite en su voluntad de autonomía y esta integración subordinada al Estado del movimiento obrero, no significa que los trabajadores hayan renunciado a reconocer intereses propios cono clase en el marco de un gobierno que, con pleno derecho, consideraban suyo.

El esfuerzo conciente de Perón por disolver el Partido Laborista; los cambios en la política económica del gobierno frente al agotamiento del primer periodo de auge entre 1950 y 1955; el Congreso de la Productividad (bloqueado por el movimiento obrero) y la conducta del gobierno frente al golpe oligárquico de 1955; nos permiten afirmar que la dirección de la alianza peronista no estuvo en manos de la clase obrera.

A pesar de ello, esta clase mantuvo la defensa de sus conquistas económico/sociales y condiciones de trabajo con su apoyo multitudinario a un gobierno del que era la base imprescindible en el espacio público de la plaza y, en su lugar de trabajo, con un instrumento que existió solo como resultado de su vitalidad como clase y de su presencia activa en el peronismo: las Comisiones Internas y los Cuerpos de Delegados de fábrica.

La tensión, entre en proceso de centralización e incorporación al Estado de los sindicatos y la CGT impulsado por el gobierno y la acción de las Comisiones Internas de fábrica fueron la expresión de la puja por la hegemonía al interior del peronismo.

La clase obrera defiende a partir de 1946 los términos en que participa el peronismo, asegurando con su lucha el cumplimiento de las medidas laborales y sociales por las que había votado en febrero de ese año. La mayor cantidad de huelgas se dan en los tres primeros años del gobierno, con el objetivo que se cumplan las resoluciones establecidas por la nueva legislación.

Interesa señalar esto último para desmentir las visiones, ampliamente difundidas, de que las reivindicaciones económicas y sociales fueron una dadiva graciosa.

  1. Identidad Peronista y Autonomía Sindical.

Algunos testimonios nos pueden ilustrar acerca de lo que caracterizamos con la vitalidad de la clase obrera dentro del peronismo.

El 6 de junio de 1948, el periódico El trabajador de la Carne, vocero de la Federación de ese sector (cuando ya la corriente Laborista liderada por Cipriano Reyes había perdido la conducción) decía: “Los sindicatos apoyan al gobierno revolucionario precisamente porque es revolucionario. Porque es nuestro e interpreta las aspiraciones del proletariado. Sin duda este apoyo no puede limitarse al apoyo obsecuente (…) una burocracia frondosa, asustada de perder posiciones personales que ha ganado precisamente debido a la inactividad de los trabajadores que no han sabido ocupar el lugar que les corresponde (…) si por mala suerte el Líder un día desapareciera del escenario de la lucha, los trabajadores volveríamos automáticamente a la situación anterior a la revolución, rodeados de enemigos (…)”.

La Unión Obrera Metalúrgica, luego de varios conflictos por fábrica, decreto un paro nacional en noviembre de 1947. Sebastián Borro, dirigente gremial durante el primer peronismo, militante de la Resistencia, dirigente de la huelga del frigorífico Lisandro de la Torre en 1959 y figura histórica del peronismo combativo decía en 1993: “… allá por el año 39, cuando yo empecé a trabajar en un taller mecánico a aprender el oficio de tornero, (…) aparecía un afiliado al gremio tenía miedo de mostrar el carnet, porque ese carnet significaba apaleo después por la policía porque era afiliado a un sindicato. (…) yo me había afiliado en el año ’41 (…) yo también escondía el carnet porque podía ir preso”.

Al referirse al golpe de junio de 1943, que dispuso la libre afiliación sindical, expresa Borro: “Pero viene esa transformación donde se empieza la afiliación en el orden nacional (…) Alfredo Palacios dio a este país una ley, la 11.729, donde se garantizaban los derechos de los trabajadores. Esta ley no se cumplía, fue aprobada en 1928 y no se cumplía en forma total, porque parcialmente algo se cumplía a través de ese movimiento que había tomado el poder en 1943. Se amplía esa ley y se garantiza el derecho de las vacaciones, el derecho al pago de enfermedad. Mi padre trabajaba conmigo en el talle; después de haber trabajado la Semana Trágica de Vasena en el año 19 y hasta esa época, el año ’43 y ’44, tenía 25 años trabajados y jamás le habían dado un día de vacaciones y siempre que se enfermaba tenía que ir a trabajar enfermo porque sino no percibía el jornal (…)”.

Borro también recuerda que: “Fui a trabajar a Talleres Matta en el año 46. En 1949 (…) a mi padre, a mí y a unos 40 compañeros nos dejan cesantes; pero había una ley que se cumplía: había que pagar indemnización”. “En 1949 yo era delegado de esa empresa, Perón presidente; se estaba construyendo el gasoducto que venia del sur hacia Buenos Aires, esa empresa (que hacia máquinas de construcción) tenía contratos con el gobierno para hacer ese trayecto. ¿Qué pasó? No cumplía con los trabajadores y nosotros le paramos 45 días. Perón era presidente pero yo era dirigente gremial y defendía los intereses de los trabajadores. Y no porque yo quería, porque si los trabajadores no nos acompañaban tampoco podía hacer nada. Pero hay que hacerles conciencia a los trabajadores; y no yo solo, porque era una Comisión Interna que era de seis compañeros y había un secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica, que se llamó Hilario Salvo, que comprendía que había derechos y había que hacerlos cumplir y la única manera que los patrones cumplieran era el paro. Algunos decían: ‘Yo no lucho, yo soy amigo de Perón’. Les dijimos: ‘acá hay que luchar y hemos ganado la huelga, tuvieron que pagar los 45 días’”.

Cabe destacar, por último, que las fuerzas de las Comisiones Internas –como espacio de autonomía de la clase obrera-, aparecerá durante todo el gobierno peronista en conflictiva supervivencia, aún en los momentos de mayor integración del sindicalismo con el Estado.

  1. Se quiebra el Peronismo Original.

El proceso de industrialización había permitido sustituir importaciones de bienes de consumo. La producción industrial continuaba atada a los ciclos de la economía mundial y su crecimiento dependía a largo plazo, de que las exportaciones agropecuarias generaran las divisas necesarias para financiar las importaciones de insumos y bienes de capital.

La caída de los precios de las exportaciones agropecuarias en los mercados internacionales, acentuada por el boicot norteamericano a las exportaciones argentinas (exclusión del Plan Marshall), privó al Estado peronista de la principal fuente de recursos sobre la que estaba basada la redistribución del ingreso nacional en favor de los trabajadores. Por lo tanto, los aumentos de salarios comenzaban a afectar la tasa de ganancia de la burguesía industrial. Eso crea las condiciones estructurales para la ruptura de la alianza entre el capital y el trabajo.

A principios de 1952 la situación económica era critica por escasas reservas, insuficientes saldos exportables (luego de dos años de sequias) y un serio deterioro de los términos de intercambio a nivel internacional.

El gobierno opta por colocar en los trabajadores la responsabilidad de superar la crisis a costa de una mayor “productividad” (extracción de plusvalía) para restituir la tasa de ganancia a las patronales. En marzo de 1952 propone el Plan de Estabilización. Este Plan contemplaba una serie de medidas destinadas al control de la inflación (desatada por la puja distributiva entre las diferentes fracciones) y la recuperación del sector externo centrada en la restricción del consumo, el fomento del ahorro y el aumento de la productividad de los trabajadores.

Fue creada la Comisión Nacional de Precios y Salarios y el gobierno extiende la vigencia de los convenios colectivos de un año a dos. Se dispuso que los salarios debían estar atados a la productividad. En diciembre, Perón anuncia al Congreso y al país el 2° Plan Quinquenal.

Miguel Miranda es desplazado; Alfredo Gómez Morales y Roberto Ares inician el camino para desmontar los obstáculos que la estructura productiva peronista colocaba en el avance del capital extranjero, en especial el norteamericano. El 26 de junio de 1952 muere Eva Perón.

En 1951, convocado por la CGT, se realizó un “Cabildo Abierto” donde había sido plebiscitada para ser candidata a vicepresidenta. La corporación militar vetó su candidatura y ese veto fue aceptado por Perón. Se ha discutido mucho acerca de los alcances del rol de Evita en el peronismo, se puede afirmar que su acción no modificó estructuralmente las condiciones de los trabajadores; no obstante puede señalarse al “renunciamiento” como un retroceso para la clase obrera dentro de la alianza peronista.

El 17 de octubre de 1952 una multitud reunida en Plaza de Mayo, como todos los años, impide hablar a José Espejo secretario general de la CGT y fuerza su renuncia. La plaza era el espacio donde, con solo el peso de su número, los trabajadores participaban.

En 1953 se realiza el Congreso General de la Industria, donde el eje es el aumento de la productividad de los trabajadores “sin afectar su salud ni sus derechos”. La ofensiva patronal ya era explícita.

El 17 de octubre de 1954, Eduardo Vuletich, secretario general de la CGT, le ofrece a Perón un Congreso para colaborar “con que se arribe a conclusiones satisfactorias” respecto a la productividad.

La resistencia obrera frente a la ofensiva de las patronales está a cargo de los sindicatos de primer grado y de las Comisiones Internas. Se cuestiona la legitimidad de los cambios que se pretenden introducir a los convenios de 1946/48 base del pacto peronista original. Esto impide que el Congreso arribe a “conclusiones satisfactorias”.

José B. Gelbard, integrante del gabinete en nombre de la CGE, sintetizaba las aspiraciones de la burguesía peronista: “Cuando se dirige la mirada hacia la posición que asumen las comisiones internas sindicales, que alteran el concepto de que es misión del obrero dar un día de trabajo honesto por una paga justa, no resulta exagerado, dentro de los conceptos que hoy prevalecen, pedir que ellos contribuyan a consolidar el desenvolvimiento normal y la marcha de la empresa. Tampoco es aceptable que, por ningún motivo el delegado obrero toque un pito y la fabrica se paralice”.

Silbada de la CGT en la plaza pública, el conflicto entre los aliados peronistas se da en el lugar de trabajo donde no hay acuerdo acerca de “lo justo” y sobre los conceptos que deben “prevalecer”.

Así llega a 1955 la clase obrera, silbando a sus traidores en la plaza y resistiendo en las fábricas con sus cuerpos de delegados.

 

 

El significado del peronismo 1946-1955.

Delegados y Comisiones Internas.

Generalmente al hacer cualquier análisis sobre el sindicalismo se soslaya un tema que tiene especial interés para los trabajadores, cual es la organización sindical ahí donde la presencia patronal hace sentir sus reglas, no siempre en consonancia con la legislación vigente. El fortalecimiento de la estructura sindical fue acompañada con la conformación de cuerpos elegidos democráticamente por los trabajadores en talleres, fábricas y oficinas. Esta organización fue la que sustentó sobre bases sólidas la conformación de un gremialismo  nuevo que a la vez reflejó el sentir de los trabajadores en sus lugares donde desarrollaban su actividad cotidiana, sin esto no hubiera podido subsistir las organizaciones gremiales a nivel nacional.

Suscribimos las palabras de Alvaro Avos: “…la intelligentzia suele ignorar una de las experiencias democráticas más ricas de la realidad argentina. Me refiero a la epopeya cotidiana y anónima de las comisiones internas y los delegados del personal que, en ese macrocosmos de la sociedad global que es la empresa cuestionan diariamente la soberanía irrestricta del capital”. “Esa es la gran riqueza del sindicalismo argentino: centenares de miles de núcleos obreros donde los trabajadores eligen y son elegidos, donde se elabora una fecunda experiencia de democracia directa y participativa”.

Fue el peronismo el que dio vida a esta organización de base, sin esto no hubiese podido arraigarse ese espíritu solidario y de una nueva dignidad que caracterizó a nuestra clase obrera por aquellos años. Pero también debe entenderse que el proceso de estructuración de los grandes sindicatos por rama de industria y la conformación de este cuerpo social de base tuvo un desarrollo parejo y no se entiende el uno sin el otro, existe una interacción entre el sindicato y el cuerpo de delegados de base y la comisión interna. Intentar contraponer uno con lo otro constituye una jugarreta dialéctica que no se corresponde con la realidad.

Una demostración cabal de lo señalado lo constituye la agresión sufrida por el sindicalismo en todos los niveles cada vez que un gobierno antiobrero tomó las riendas del Estado para reprimir la actividad gremial sin hacer ningún tipo de diferencia en cuanto al nivel de actuación de los reprimidos. Ya sea en la “Revolución Libertadora” o el Proceso de Reorganización Nacional encarcelaron dirigentes nacionales como a integrantes de Comisiones Internas con el agregado que la dictadura de 1976 hizo desaparecer y asesinó a una cantidad importante de dirigentes de base y a dirigentes nacionales o provinciales.

Sin embargo, desde ciertos sectores insisten en ubicar el peronismo como instrumentando a las comisiones internas para sus fines sin reconocer toda la vida que eso le otorgaba al movimiento sindical. Los “expertos” en intereses sindicales atacan aquello sobre lo cual se basó el sindicalismo argentino. Rubén Iscaro dirigente comunista nos alertaba: “En muchos casos la actividad de las comisiones internas ha sido reemplazada por el reinado del ‘delegado’ elemento incondicional de la jefatura sindical y frecuentemente también de la patronal”. Juan José Sabreli, intelectual de derecha, coincide con lo anterior, sobre las comisiones internas nos dice: “En realidad fueron creadas por el Estado Peronista para vigilar más cerca de los trabajadores” “… era en instrumento mediante el cual la burocracia sindical controlaba a las bases, y les hacía llegar sus órdenes  y las del Ministerio de Trabajo”. “El delegado de fábrica terminará convirtiéndose en muchos casos en el confidente del jefe de Personal y sólo se diferenciaba de los cuerpos de vigilancia de la empresa porque no usaba uniforme”. Desde la óptica del nacionalismo oligárquico, Julio Irazusta afirmaba: “El privilegio obrero, sustituido al privilegio patronal anterior, no transformaba la injusticia en justicia social. Transfería el material de una clase a la otra. Pero no reparaba los males que sufría la economía nacional”.

Todas estas citas tienen un espíritu común, aun cuando las ideologías puedan ser divergentes, todas estas visiones apuntas contra el peronismo y particularmente contra su base social que lo apoyo fervientemente. Todas demuestran un desconocimiento manifiesto de la situación de los trabajadores, ya sea que la crítica provenga del marxismo clásico (Iscaro), el “marxismo independiente” (Sabreli) o desde el nacionalismo (Irazusta) ninguna puede explicar la saña mostrada en las represiones contra las Comisiones Internas y el sindicalismo en general, cada vez que una dictadura dominaba el país como vino ocurriendo desde 1955 en adelante.

El esfuerzo de estos autores se centra en demostrar la supuesta estupidez, o en el mejor de los casos, de la inocencia de los trabajadores que aceptaron el peronismo en vez de seguir los consejos de estos cultos intelectuales. El sentido de dignificación que imperó en el Movimiento Obrero no hubiese sido posible sino hubiesen podido discutir de igual a igual con el empresario o con el gerente de personal, una suspensión, un despido o cualquier tipo de injusticia cotidiana. Comparar a un delegado de fábrica con un policía como lo hace Sebreli solo demuestra el desconocimiento de quién lo asegura, más aun cuando no cita un solo ejemplo de lo que afirma tal suelto de cuerpo y cayendo en una generalización denigratoria para aquellos que muchas veces pusieron en riesgo su seguridad en defensa de los derechos de sus compañeros. El despido, la desaparición o el encarcelamiento de miles de delegados de bases e integrantes de Comisiones Internas, es una demostración cabal que muy lejos estaban de ser buchones, en cambio fueron los que sufrieron las consecuencias de los organismos de seguridad. Aunque Sebreli lo ignore, en la mayoría de los casos fueron los propios trabajadores quienes eligieron a sus delegados para que los defendieran.

Antes del peronismo, durante la Década Infame en las fábricas y oficinas imperaba la dictadura del patrón, fue el peronismo el que vino a poner límites a ese poder. Las Comisiones Internas además llegaron a desplegar una actividad social y de fomento, desplegando la solidaridad de clase que en muy pocos lugares era posible encontrar.

1.     Rosario – Septiembre de 1955

El concepto de masas en lucha está directamente vinculado al proceso insurreccional o revolucionario. Refine a momentos en que la sociedad se parte en dos y se producen combates sociales que determinan el desarrollo de la lucha de clases por un periodo.

Son de orden estratégico, y lo son porque la lucha de masas implica una lucha por fuera de los aparatos burocráticos institucionales, es decir, las calles, dentro de un proceso simultáneo de apropiación de territorios –espacios de legitimación política y social- y subordinación de preexistentes –legalidad de sindicatos, partidos, etc.-. Es una lucha en el ámbito del poder ya que impone la relación directa entre estado y masas, subordinando la política. Desde el punto de vista social, en ese momento en que la lucha arrastra a los pobres de vida e influencia.

¿Cómo está compuesto el proletariado desde el punto de vista social? Es la población trabajadora que contiene obreros, trabajadores, pobres estacionales, junta papel y cartón, estibadores, peones, boxeadores, almaceneros pobrísimos, mujeres madres o solteras, hijos, padres, abuelos, lisiados, etc., que en conjunto conforman el proletariado. Proletariado que sólo responde y puede ser convocado por la clase obrera, pero en relación a la situación de la clase en su conjunto, no en lo inmediato sino como tendencia, cuando perciben un peligro.

Su mirada es estratégica. De allí que se mueve sólo en ciertos momentos: 1945, 1955, 1969 (¿hasta?). Son la retaguardia de la clase obrera en activo y a la vez, su reserva estratégica.

Si observamos la lucha de clases desde las masas podremos conceptualizar ciertos hechos sociales y hacer observable la guerra civil abierta en 1955, que tomó forma de insurrección, recordando que toda insurrección forma parte de un proceso con sus hitos -puntos de inflexión-, de allí la periodización que brota de la realidad: 1945-1955-1969 (tres insurrecciones).

En cuanto al 17 de octubre. Su presencia masiva hacia la Casa de Gobierno, la City, logró una demostración de fuerza que imposibilitó la represión. Además, cuando avanzan las masas no hay espacios para la represión, solo para el aniquilamiento pero, fue su disposición a la lucha la que hizo que las Fuerzas Armadas difieran el enfrentamiento.

Su presencia y disposición a la lucha cambió la correlación de fuerzas y debieron liberar a Perón, única persona con capacidad de disuasión, porque confiaban en él. Por lo tanto, su liberación fue efecto de la acción de masas.

Finalmente, el 17 de octubre ha quedado como fecha alegórica, pero capitalizada por los cuadros políticos del peronismo y el antiperonismo.

Pero hacia 1955 ya estábamos en guerra civil abierta. Las fuerzas armadas ya habían disparado el 16 de junio contra el pueblo desarmado. En septiembre se produce el golpe de Estado con enfrentamiento entre las fuerzas armadas y se subleva el proletariado de Rosario. Ha habido otros hechos similares, como el caso de Quilmes, pero fueron inmediatamente sofocados.

Relataré el hecho de Rosario porque ha quedado ignorado y porque, al haber sido testigo, lo puedo describir socialmente. El 16 de septiembre las masas se ponen en marcha. Los organizadores son dirigentes territoriales, sindicalistas con sindicatos intervenidos por la “Revolución Libertadora”, caudillos barriales, boxeadores que se ganaban la vida recibiendo trompadas, bolicheros, jefes de manzana, dirigentes de unidades básicas, mujeres militantes del partido peronista femenino, etc.

Rosario como ciudad, su micro y macrocentro, se encuentra a espaldas del Paraná, rodeada -cercada- por cinco grandes zonas periféricas que son los barrios obreros. No existe contacto entre periferia y centro. El centro es la zona de comercios, bancos, cines, Poder Judicial, clubes, Jefatura de Policía, del Comando del 2do. Cuerpo de Ejército, de los Liceos, Universidades, Hospitales, grandes tiendas, oficinas, etc., de la burguesía. Ninguna de estas instancias es utilizada por los pobres no institucionalizados. Nosotros, pequeña burguesía, incluso asalariada, institucionalizada, con condiciones de vida de clase media, creemos que la ciudad es la que transitamos, vivimos, en la que convivimos con otros, iguales pero, un día recibimos un “shock”.

Los medios de difusión, en tanto partido de la burguesía, le ponen nombre a ese “shock”: cabecitas negras, hordas, aluvión zoológico, negros, etc., pero los de la ciudad-centro, sólo quedan estupefactos y se preguntan descubriendo que son de la ciudad, ¿dónde estaban, de dónde salieron?

Ahora bien. ¿Alguien se puede imaginar la crisis ideológica que puede experimentar una persona que supone que conoce al pueblo y a la clase obrera, que de repente y sin anuncio alguno se encuentra a metros de gigantescas columnas que cubren la calzada y por decenas de cuadras, entrando por las cinco vías que confluyen al centro?

Las de la zona sur, donde se encuentran los mataderos y el frigorífico Swift (con 13.000 obreros) portuarios, estibadores, metalúrgicos, etc., la encabezan hombres montando a pelo caballos percherones, con el torso desnudo y una camisa colgando de un palo en demostración de los descamisados y en la otra mano, una botella de kerosene o nafta. Los siguen las mujeres gritando que dan la vida por Perón. Los acompañan hijos, padres, abuelos, perros, etc. Todos avanzan hacia el centro, quemando toda casa o negocio que tenga la bandera Argentina en tanto adhesión al golpe de Estado.

Sobrepasan a la policía, llegando al centro quemando y destruyendo todo a su paso. El ejército -infantería- fue desbordado y llegaron refuerzos al mando del general Bengoa, con tanques y artillería pesada. Los tanques aplastaron y ametrallaron a cientos de personas, grades y chicos.

Los que estaban cerca del Parque Independencia, se tiraban al lago para sortear los tanques, pero los alcanzaba la metralla. De noche, el silbido de las balas, de día, las masas se reorganizaban y avanzaban.

Toque de queda y ciudad sitiada por siete días. Si bien es cierto que al final las masas se replegaron a su territorio, ni el ejército ni los tanques pudieron entrar al mismo (los barrios periféricos) ni sacar las estatuas de Perón y Evita. Es decir, no fueron derrotados porque jamás perdieron el dominio de su territorio. El cuadro fue dantesco y ha quedado grabado en mi retina: los rostros, los cuerpos de esos hombres, mujeres y niños.

Y bien, allí descubrí que no tenía idea de cómo es, obviamente, la clase obrera y menos el Pueblo. Aparecían como número de habitantes, pero no existían hasta que se hicieron presentes, de la única manera posible. Perón declaró a Rosario la capital del peronismo.

A partir de 1955 se organiza en todo el país la Resistencia Peronista y los Comandos Peronistas. En rosario, en el 56 los obreros de la Yerbatera Martín esconden en la fábrica al general Valle, a quien traiciona el Cardenal Caggiano. La red social y territorial más extensa y eficaz para la resistencia estaba organizada por la Escuela Basilio (espiritista). Militantes de la Resistencia Peronista de Córdoba, cuando se encontraban centrados por la policía, los enviaban a Rosario porque allí la protección era imposible de quebrar.

Y para finalizar. Veamos algunas acciones que no se encuentran en los libros. En Rosario, durante la insurrección del 1 de septiembre de 1969, en el barrio Empalme Graneros, barrio ferroviario y metalúrgico, los obreros quemaron vagones del tren de cargo que venía de Chaco pero, previamente, protegieron a los pasajeros y a los inmigrantes.

Un trabajador de la zona, hombre grande y muy delgado por su cuenta montó en su bicicleta y cuando veía llegar a la montada se dirigía hacia la barricada de los obreros y les decía “rapidito… rapidito…” y entonces los obreros cruzaban un cable de alambre de vereda a vereda y, finalmente, rodaban caballos y policías. ¿Alguien le dio esa tarea? No, él asumió su tarea social y así cientos.

Los chicos “pirañas”, entre 9 y 15 años, hijos de los que se sublevaron en 1955, robaron del corralón municipal de la zona los caballos y salieron montando a pelo. Recogían papeles y cartón con carritos a pulmón. Los caballos fueron sus instrumentos de trabajo.

Chicos de clase media, entre  14 y 16 años, residentes en el centro de la ciudad, en su mayoría estudiantes secundarios, son los que combatieron en el Rosariazo de mayo de 1969, armando barricadas. Prostitutas que alquilaban piezas en el centro, los escondían y protegían de la policía. Era su forma de participar. Luego los chicos salían y seguían hostigando a los policías. Dejaron la ciudad sin medios de transporte.

Finalmente en Rosario, el 16 de septiembre de 1969, combatieron los mismos que el 16 de septiembre de 1955. El combate de 1969 duró cinco días y en 1955 siete días. Se activó la misma retaguardia social y sus territorios nunca fueron penetrados ni por el ejército ni por la policía.

La Resistencia Peronista fue un producto social cuya fuerza moral se la otorgó la insurrección de 1955. La insurrección de 1955 y la resistencia son un producto histórico y social de la insurrección de 1945, donde lograron legitimar sus intereses y aspiraciones a nivel de la Sociedad y el Estado, y el proceso insurreccional de 1969 sintetiza y enlaza históricamente a 1945 y 1955.

Y para finalizar. El proletariado con sus pobres de vida e influencia sólo se mueve en momentos estratégicos: 1945-1955-1969, tomando forma un proceso insurreccional. La era de las insurrecciones se ha iniciado y desenvuelto por medio de tres combates sociales. En general, las tendencias continúan.

Por Beba C. Balvé

Publicado digitalmente en 10 de septiembre de 2005 en www.rodolfowalsh.org

“Rosario paso a ser una especie de capital política del peronismo. Por muchos meses conservé un volante donde los habitantes de una sufrida barriada obrera, Villa Manuelita, desafiaban al mundo más o menos con estas palabras: Los Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, reconocen a Lonardi. Villa Manuelita reconoce a Perón. Para mí, Rosario tenía la dimensión de un símbolo”.

Juan Domingo Perón.

 

 

2.     “Los dirigentes nos han defraudado, los políticos nos han engañado, los intelectuales nos han olvidado”.

Perón supo forjar una relación amorosa, de la relación profesor-alumno, marido-mujer, de los hijos a los padres. Esta modalidad es definida como “acción sobre una acción” y se despliega por la voluntad de “conducir los comportamientos de los otros”.

Tuvo la capacidad de apreciar el tono de la sensibilidad de la clase trabajadora, aplicando una retórica que supo dar crédito y creencia a todas las desigualdades sociales y económicas de los trabajadores, dar un reconocimiento de lo que Pierre Bourdieu denomino “un sentido de los límites”.

Además elaboro una ideología que supo actuar, percibir, valorar, sentir y pensar disposiciones que han sido interiorizadas por el obrero en el curo de su historia. Dar sentido común a las experiencias privadas, es decir lo que Bourdieu denomino “habitus”; “la historia echa cuerpo”.

Luego de su caída, jugó un papel preponderante en las “estructuras de sentimiento”, generando una tensión de soledad y desarraigo. Al punto tal, que su imagen era conservada y venerada al igual que la estampita de una virgen.

El caño. Elementos tan singulares e indiferentes para la historia. Pueden construir recuerdos y mitos que guardan en las “experiencias privadas” de cada trabajador una gran implicancia. Su fabricación y utilización llevan en su interior una compleja red de relaciones, creación, estrategia y sacrificio. Un ejemplo de resistencia.

Detalles tales como el caño, simbolizaron una síntesis de la organización, planificación y ejecución de la resistencia peronista. En donde la informalidad, el no profesionalismo, solidaridad y espíritu de lucha, se guardaron un lugar dentro del folklore peronista.

En una entrevista realizada a Mitchel Foucault en 1984, un año antes de su muerte, se le plantea una cuestión acerca de la definición de la relación entre resistencia y creación: “Es solo en términos de negación que hemos conceptualizado la resistencia. No obstante, tal y como usted la comprende, la resistencia no es únicamente una negación: es proceso de creación. Crear y recrear, transformar la situación, participar activamente en el proceso, eso es resistir”.

El itinerario de Foucault permite pensar que el “arte de gobernar” de Perón, se tornó una utopía luego de 1955. La resistencia significó una forma de vida, que no debía permitir olvidar aquellos sueños de la justicia social. Se transformó en una “operación”, que conjugaba ingenio con táctica. Para no solo negar la proscripción del peronismo, sino también crear los espacios para la vuelta del líder.

La política del gobierno de Aramburu se basó en el supuesto de que el peronismo constituía una aberración que debía ser borrada de la sociedad argentina, para ello intento proscribir legalmente una parte de dirigentes sindicales peronistas, para apartarlos de toda futura actividad política. Esto se llevó a cabo con la nueva intervención de la CGT y la designación de supervisores militares en todos sus sindicatos.

En el plano social se intensifico la política de represión e intimidación del sindicalismo y sus activistas, con ideas totalmente autoritarias. Económicamente hubo un esfuerzo arreglado entre el gobierno y los empleadores en torno del tema de la productividad y la racionalización del trabajo, que fue en si un intento de frenar los salarios y reestructurar el funcionamiento del “sistema de negociaciones colectivas”.

Un problema mucho más decisivo y complejo fue el entrometimiento del gobierno en la organización sindical de las fábricas. Punto clave en su política desperonizadora, por “la actitud de controlar y debilitar las comisiones internas que estaba íntimamente ligado al resguardo y protección de los trabajadores en el nivel del taller”.

Como resistencia contra esas políticas y contra lo que significaban concretamente en términos de peores condiciones de trabajo y debilitamiento de la organización gremial en la fábrica y en el nivel nacional, la clase trabajadora se lanzó en la larga lucha defensiva que tiempo después sería conocida en la cultura de la clase obrera peronista como La Resistencia. Por una parte represento una respuesta inmediata a la represión, hostigamiento y revanchismo de los sectores opositores (resistencia en efecto puro) y por otro lado significo tiempo de creación y acción, para poder generar el espacio físico para la vuelta de Perón (sabotaje en efecto puro).

Para protegerse de ese revanchismo apoyado por el gobierno, los trabajadores emprendieron en las fábricas un proceso de reorganización, que buscaba mantener las conquistas logradas bajo Perón. Fue un proceso fundamentalmente espontáneo y localizado. A partir de 1956 la lucha era completamente inorgánica e individual, “atomizada”: “los activistas de un sindicato apenas sabían lo que sucedía afuera de su gremio y con frecuencia fuera de su lugar de trabajo”.

Abandono y soledad, dos sentimientos imborrables en las infinitas memorias de los trabajadores que participaron activamente en el proceso de resistencia. Esta fue una de las tantas pruebas de vida que el peronismo tuvo que afrontar a lo largo de su historia. Pero su particularidad de caracteriza por el surgimiento de las bases peronistas, como activistas políticos independientes, que recurrieron a canales de expresión que estaban al margen de la esfera sindical.

Significo un proceso de creación, porque no solo hubo una negación al gobierno militar de Aramburu y sus políticas, también involucro una heterogénea mezcla de actividades de distintos tipos, que iban desde la protesta individual en el plano público, el sabotaje individualmente efectuado y la actividad clandestina, sin olvidar las tentativas de sublevación militar.

Todas esas formas de expresión a las medidas del nuevo gobierno provisional adoptaron la forma de lo que podía denominarse un “terrorismo espontaneo”. La primera “serie de acciones” que implementaron los grupos de resistencia fue la “pintada de consignas”. Esta actividad, ilegal por cierto, contemplaba la iniciativa de vivenciar el buen pasado con Perón a través de frases pronunciadas por él mismo, a las cuales se las consideraba sagradas y eruditas. Se buscaba que el trabajador tomara conciencia verdadera de su actual situación en desventaja, con relación a los años de nacionalización y justicia social del peronismo. Significó el despertar de los aires protestantes y revolucionarios de los trabajadores del 45.

Además el uso de palabras y una ideología en general, simbolizaba que los trabajadores ya no eran más una masa solitaria sin un líder que los guiara; ahora en sus conciencias yacía una doctrina a la cual debían respetar y defender. Pintar consignas fue más que un hecho de maldad, fue recordarle a Aramburu que los trabajadores de las fábricas habían sido aceptados como ciudadanos, con derechos e ideología, y no iban a rescindir a tales logros.

Dentro de las fábricas comenzaban a surgir las primeras células de una actividad en crecimiento: el sabotaje. Un claro ejemplo fue el que sucedió en Tacuari, provincia de Buenos Aires, en donde “un convoy de 27 vagones saltaron de los rieles la locomotora y los primeros siete vagones”. Situaciones como esta dieron el comienzo a una nueva actividad completamente riesgosa, con el fino objetivo de desarticular la normalidad y homogeneidad de la actividad político-económica del gobierno y los empleadores, como lo demostró una fábrica de vidrio de Berazategui. “cuyo propietario denuncio los daños constantemente causados a las maquinarias y los bajos niveles de producción”.

Los talleres y lugares de trabajo simbolizan la solidaridad concreta y el sentimiento de hermandad de los trabajadores, fue aquí donde comenzaron a germinarse las primeras ideas de organización y planificación de la resistencia peronista. Valga la redundancia, fue el taller y la fábrica, el objetivo fundamental a atacar y desarticular porque era allí donde se fundaba la represión y explotación.

Los actos de sabotaje llegaron a ser tan graves, que no tardaron en tomar estado público para que la Dirección Nacional de Seguridad hiciera una llamada de advertencia a la población, en la cual especificaba que “la ley califica como sabotaje y reprime hasta con prisión perpetua al que destruyere, desorganizare, deteriorare o inutilizare objetos materiales, instalaciones, servicios o industrias de cualquier naturaleza (…) hace saber a la población que las fuerzas policiales y de seguridad han recibido instrucciones precisas para hacer uso de las armas cada vez que sea necesario impedir la comisión de actos de sabotaje”.

Este aviso sobre las represalias que podían tomar las fuerzas armadas frente a los actos de rebeldía, dejo en claro dos puntos; en primer lugar que los trabajadores reconocían el peligro de este tipo de actividades y ello no significo una excusa para renunciar a sus objetivos, y segundo, que termino beneficiando a los grupos de resistencia, en el sentido que la ley les sirvió de amparo para alentar una mayor ola de atentados y actitudes subversivas; ya que consideraban la advertencia de la D.N.S. como una medida autoritaria y completamente ofensiva para sus intereses.

Resulta sorprendente la simplicidad de la mayoría de los actos de sabotaje, ya que generalmente eran de iniciativa individual, manifestada poco menos que literalmente en actos tales como arrojar una llave inglesa en el mecanismo de una maquina en funcionamiento, o un cigarrillo encendido en taller de pintura de la planta, pero en efecto podían causar la parálisis total de un turno o en el mayor de los casos el cierre de la planta por varios días, tal es el ejemplo de un grupo de obreros metalúrgicos que lograron destruir maquinaria vital para todo el proceso de producción.

También existían actitudes de sabotaje indirecto, como lo sucedido en una fábrica de zapatos de la Matanza, donde el propietario se quejó ante la policía que la calidad de sus productos había declinado espectacularmente. Hechos como estos representaban una afirmación de la capacidad del obrero para hacer frente, así fuera en forma mínima, a una situación social, económica, y política que rechazaba, y además afirmo su presencia como factor social.

Desde principios de 1956 se dio inicio a una organización muy anárquica basada en grupos locales.  Muchos de estos grupos estaban conformados por trabajadores de hasta la misma fábrica, los cuales comenzaron a reunirse periódicamente y planificar acciones; ejemplo claro fue el de un grupo de diez ferroviarios que en marzo de ese año fueron acusados de planear y ejecutar actos de sabotajes en el Ferrocarril Belgrano, en el Gran Buenos Aires.

La incomunicación de los trabajadores con los sindicatos intervenidos, trajo como consecuencia la desorganización de los actos de sabotaje dentro de las fábricas y la heterogeneidad de los mismos, que en la mayoría de los casos eran totalmente desconocidos. Esto lo demostró Juan Vigo, importante figura del movimiento de resistencia, quien estimo que en abril de 1956 existían en el Gran Buenos Aires más de doscientos comandos, de los que formaban parte alrededor de 10.000 hombres, si bien el control que había sobre esos 10.000 hombres era muy relativo.

Lo que Vigo trata de resaltar, era el surgimiento de incontables células clandestinas, conformadas por trabajadores del mismo barrio, cuya autoridad y ejercicio era completamente cerrado, a punto tal que su comunicación con los demás grupos fue totalmente débil y dispar.

Estos grupos clandestinos basaron su labor en la pintura de consignas y la distribución de volantes; ya que esta era una actividad ilegal, si se mencionaba el nombre de Perón o cualquier política opositora al régimen, llego a representar una forma “legitima” de protesta. Lo que dejaba bien en claro este tipo de actitudes, es que toda situación legal o normal para el gobierno, constituía un blanco para desarticular y enfrentar.

Un rasgo importante, era la conformación interna de muchas de esas células, las cuales llegaban a estar formadas por personas que no tenían ningún tipo de relación con los gremios y sindicatos de los trabajadores, tal fue el caso de una célula descubierta en Pergamino, provincia de Buenos Aires, la cual incluía a un médico, un subinspector de la policía, un contratista de construcción y un ex dirigente de la CGT local. En Junín actuó una célula formada por el ex intendente local, un aviador y la capataza del taller ferroviario de la ciudad.

Estos ejemplos dejan bien claro, que la resistencia no era solo un sector de la sociedad que defendía sus logros sociales y económicos obtenidos bajo la dirigencia de Perón, sino también la oposición de diversos estratos sociales ante políticas gubernamentales dictadoras. Estas células clandestinas lograron demostrar “una suerte de muestra representativa de clases sociales”.

“No podíamos tener ni siquiera una foto de Perón en nuestras casas, así que recurrimos a los caños”.

A finales de 1956 los grupos de resistencia comenzaron a utilizar artefactos explosivos, con el objetivo de atacar edificios públicos y militares, con la simple premisa de perturbar la seguridad de los lugares donde se gestaba la actividad política del gobierno. Fue un intento de demostrar los avances en la organización y los peligros que podían representar de ahora en adelante los comandos peronistas. Es cierto que esta forma de acción exigía una ejecución planificada y cierta experiencia en la fabricación de explosivos.

Durante ese tiempo la utilización de dinamita era totalmente escasa, debido a que la regulación de su comercio provocaba que esta fuera sumamente difícil de obtener en Buenos Aires; por esos años las bombas consistían en rudimentarios artefactos hechos con sustancias químicas básicas alojadas en cascos improvisados, lo cual demostraba la imperfección e improvisación que significaba el desempeño de la resistencia.

Dentro del folklore peronista, a estos explosivos caseros se los conocía bajo el lunfardo de “caños”, y llegaron a formar parte de la mitología peronista de esos años y simple ejemplo de la organización, planificación y ejecución de la resistencia; donde la ilegalidad y la informalidad eran situaciones comunes.

Lo más llamativo de la implementación de este tipo de artefactos fue su modo de producción que en general era obra de aficionados que compartían las mismas ideas, debido a la falta de especialistas con conocimiento en el armado de armado de bombas. Para lo cual debían implementar el método de prueba y error, con altas probabilidades de muerte entre los que intervenían. Situaciones extremas como estas reflejaban el heroísmo y el espíritu de sacrificio de morir luchando por Perón o morir aceptando la injusta realidad que los atareaba.

La obtención de materiales era la primer parte del proceso de fabricación, esta exigía una mínima organización para obtenerlos, en la mayoría de los casos estos eran robados de farmacias, droguerías o fábricas. Hechos como estos demostraban la transgresión e ilegalidad en la que se basaba la resistencia, como así también lo fueron los actos de sabotaje.

El segundo paso consistía en la operación de armado, la cual exigía por lo menos la participación de seis personas para cumplirse eficazmente. Lo llamativo de esta etapa era la participación de gente común y el no profesionalismo de los mismos, reflejando una vez más la pluralidad de esta lucha y la carencia de una elite burocrática que centrara la organización.

La ejecución o colocación de la bomba propiamente dicha era la causalidad y producto de diversos motivos, los cuales en líneas generales eran entendidos como una contraposición al nuevo régimen político por sus objetivos sociales de desperonizar la sociedad y económicamente de permitir la implementación de líneas liberales; un rechazo al statu quo.

Además represento una forma de expresar su ira y sentimiento de extravió, alentados por un abrumador sentimiento de desesperación, lo cual demuestra la capacidad de los grupos de resistencia para mantener dentro de lo posible la organización de los comandos y sus actos de sabotaje.

Sin embargo Juan Carlos Brid participante de los comandos de la resistencia describe que ese sentimiento de frustración y desesperación habían llevado las acciones a un punto tal que parecía a la de un cataclismo; ya que los militantes esperaban que el nuevo régimen se desplomara de una semana a la otra lo cual era muy improbable que sucediera y demostraba una vez más la desconfianza y soledad en la que se guiaban estos grupos clandestinos.

La desmoralización llego a punto tal, que comenzó a circular rumores sobre la inminente de llegada de Perón en el famoso “avión negro”, para dirigir a su pueblo en la lucha contra la tiranía. La circularizacion de volantes con frases tales como “la hora se acerca” o “Perón vuelve”, fueron también producto de esa superstición emocional.

Como consecuencia inmediata, produjo que “muchos grupos de resistencia centraran su actividad y sus aspiraciones en encontrar a figuras militares que simpatizaran con esa actitud”. Tal fue el caso que publico en marzo de 1956, La Razón, donde un grupo de la resistencia de Córdoba había sido desbaratado: “todos los que habían caído presos eran obreros que se dejaron sugestionar por consejos de otros y por rumores que señalaban a los generales Bengoa y Uranga en actitud subversiva”.

También en junio de ese año había sido derrotado el levantamiento que encabezó el general Valle. Para lo cual quedo bien en claro que “solo sobrevivían los grupos mejor organizados, que habían aprendido bien las lecciones sobre táctica y seguridad”.

La “operación caño” solo fue un eslabón dentro de la resistencia peronista, pero conjugo en si misma una serie de acciones y sentimientos, que dejaban bien en claro la preocupación e interés de los trabajadores por su situación en desventaja y una clara sensación de aislamiento y de abandono por parte de otros sectores sociales, antes aliados a ellos. Logro ser un sinónimo de la dinámica de la resistencia.

En medio del “cataclismo” que sufrían los comandos de resistencia, los activistas peronistas de la clase trabajadora dedicaron su tiempo a la recuperación de las comisiones internas y de los sindicatos, marcando una visible diferencia de objetivos en cuanto a las acciones a tomar en adelante, Pero fue el propio Perón quien hablo de una estrategia general que incluyera a distintos niveles de actividad, conjunto al que dio nombre de resistencia civil. Elaboro sus ideas al respecto en “instrucciones generales para los dirigentes”.

Perón partió de la idea que el movimiento debía seguir una guerra de guerrillas, donde la resistencia civil debía desempeñar un papel importante. Según su manual se debía evitar hacer frente al régimen militar allí donde era más fuerte, es decir, en el nivel puramente militar. Mucho más eficaces, sostuvo Perón, serían militares de pequeñas acciones que desgastarían gradualmente al régimen.

Esto se lograría si los trabajadores en un plano más general, se mantuvieran en constante estado de conmoción, mediante huelgas, trabajo a desgano y baja productividad. En nivel más individual debían emprender millares de acciones tanto pasivas como activas; estas incluían el sabotaje y la difusión de rumores, distribución de volantes y pintada de consignas.

La llegada de las palabras del propio Perón tuvo para el movimiento el positivo efecto de poner el sabotaje y la acción clandestina en una perspectiva menos cataclismática, fue una forma de aceptar a los “comandos” de resistencia como  una actividad paralela a la sindical y de objetivo similar: el paulatino desgaste de la hegemonía militar. Más allá de eso fue un empujón a la confianza y la nostalgia de los trabajadores, que hasta ese momento se sentían totalmente abandonados.

Sin embargo, hubo una creciente diferenciación entre comandos empeñados en el sabotaje y otras actividades clandestinas y el movimiento resistencia en los sindicatos. Estos eran fundamentalmente instituciones sociales arraigadas en la existencia misma de una sociedad industrial, y como tales tenían que cumplir un papel funcional intrínseco en esa sociedad. Su existencia como medios de actividad y organización de la clase trabajadora les confería cierto grado de inmunidad a los cambios de la situación política.

Los comandos, en cambio eran organizaciones eminentemente políticas, cuya existencia y perspectiva dependían mucho de un conjunto específico de circunstancias entre ellas: Necesitaban una posibilidad de acción concreta con éxito práctico.

Esta diferencia también se acentuó aún más con la aparición de John William Cooke, el principal delegado de Perón, a quien lo inquietaba lo que juzgaba como una “disonancia entre el proyecto estratégico fundamental peronista y los ajustes tácticos que los cambios de la coyuntura política imponían al movimiento”. Esta disonancia reflejaba en parte la distancia entre los propios deseos y la realidad.

Cooke representaba a la izquierda dentro del peronismo, la cual sugería que la intransigencia lisa y llanamente ya no era una posición viable, esta debía recibir “una traducción táctica que les permitiera responder al deseo de actuar concreta y positivamente”. El mayor temor de Cooke era el avance de ciertos grupos neoperonistas a los cuales los denomino “blandos”, ya que proponían un peronismo sin Perón, este sector era liderada por Vandor; un sindicalista que cada vez ganaba más terreno dentro de la burocracia sindical.

Para Cooke la solución de los comandos era una retirada hacia el purismo, lo que implicaba una negativa absoluta e intransigente contra el sistema institucional y todo aquel sector que se opusiera a las decisiones del líder.

La resistencia peronista llego a significar un movimiento de izquierda, fue el surgimiento de un concepto en cierto modo revolucionario, donde las “bases” simbolizaron la lucha a diario en el lugar de trabajo para defender todo lo que habían ganado bajo las presidencias de Perón. La actitud misma de proteger lo suyo, pregonó para que elementos como el caño reafirmaran esos valores de orgullo, solidaridad y confianza en actos tales como la conformación de comandos clandestinos y la actividad de sabotaje.

Esos años simbolizaron la hermandad de un grupo de peronistas que siempre habían accionado bajo el dominio de un sector de su propio movimiento, los sindicalistas; que empezaban a ser vistos con resentimiento y negación. Lo cual produjo una visible división del social del peronismo, que constituyo la base de una prolongada oposición obrera a Frondizi y los burócratas sindicalistas. Como así también el surgimiento de una nueva generación de peronistas, que bajo las banderas de “resistencia popular nacional” o “guerrilla popular” la historia les dio un lugar con el nombre de montoneros.

Por Daniel James, en Resistencia e Integración de la Clase Trabajadora Argentina, ED. SIGLO XXI

 

 

 

3.     El programa de La Falda (1957).

El golpe de 1955destruyó las conquistas sociales y políticas logradas por los trabajadores. Para resistir y luchar en contra del imperialismo y la oligarquía, el movimiento obrero realizo propuestas políticas, sociales y económicas, con el objeto de evitar la dispersión y neutralizar el discurso oficial.

La resistencia a los planes de la dictadura fue llevada a cabo por cuadros de segunda y tercera línea del peronismo junto a los dirigentes que estaban en la CGT Autentica, como Andrés Framini (textiles), Dante Viel (estatales) y Natalini (Luz y Fuerza). En los años 1956 y 1957, la lucha por la recuperación de los gremios, intervenidos por los militares, se centró fundamentalmente en los sindicatos industriales.

La mayoría de esos nuevos dirigentes, como Sebastián Borro en el frigorífico  Lisandro de la Torre, eran peronistas del campo nacional y popular. La primera CGT regional recuperada fue la de Córdoba, que el primero de julio de 1957 elige en Plenario General a Atillo López de UTA como Secretario General (CGT legal).

Pese al Estado de Sitio, las proscripciones y la cárcel para los dirigentes más combativos, el Movimiento Obrero era un verdadero dolor de cabeza para Aramburu y compañía. El 27 de septiembre de 1957 cuarenta gremios recuperados convocaron a un multitudinario paro nacional.

En el marco de esa efervescencia política contra la entrega, la CGT de Córdoba convocó a un Plenario Nacional de Delegaciones Regionales y de las 62 Organizaciones, que se llevó a cabo en La Falda, Córdoba, donde se aprobó un programa obrero, basado en las grandes banderas históricas del peronismo.

Para la independencia Económica:

  1. Comercio Exterior:
  • Control estatal del comercio exterior sobre las bases de la forma de un monopolio estatal.
  • Liquidación de los monopolios extranjeros de importación y exportación.
  • Control de los productores en las operaciones comerciales con un sentido de defensa de la renta nacional. Planificación del proceso en vista a las necesidades del país, en función de su desarrollo histórico, teniendo presente el interés de la clase laboriosa.
  • Ampliación y diversificación de los mercados internacionales.
  • Denuncia de todos los pactos lesivos de nuestra independencia económica.
  • Planificación de la comercialización teniendo presente nuestro desarrollo interno.
  • Integración económica con los pueblos hermanos de Latinoamérica, sobre las bases de las experiencias realizadas.
  1. En el Orden Interno:
  • Política de alto consumo interno; altos salarios, mayor producción para el país con sentido nacional.
  • Desarrollo de la industria liviana adecuada a las necesidades del país.
  • Incremento de una política económica tendiente a lograr la consolidación de la industria pesada, base de cualquier desarrollo futuro.
  • Política energética nacional; para ello se hace indispensable la nacionalización de las fuentes naturales de energía y su explotación en función de las necesidades del desarrollo del país.
  • Nacionalización de los frigoríficos extranjeros, a fin de posibilitar la eficacia del control del comercio exterior, sustrayendo de manos de los monopolios extranjeros dichos resortes básicos de nuestra economía.
  • Soluciones de fondo, con sentido nacional a los problemas económicos regionales sobre la base de integrar dichas economías a las reales necesidades del país, superando la actual división entre «provincias ricas y provincias pobres”.
  • Control centralizado del crédito por parte del Estado, adecuándolo a un plan de desarrollo integral de la economía con vistas a los intereses de los trabajadores.
  • Programa agrario, sintetizado en: mecanización del agro, “tendencia de la industria nacional”, expropiación del latifundio y extensión del cooperativismo agrario, en procura de que la tierra sea de quien la trabaja.
  1. Para la Justicia Social:
  • Control obrero de la producción y distribución de la riqueza nacional, mediante la participación efectiva de los trabajadores en la elaboración y ejecución del plan económico general, a través de las organizaciones sindicales; participación en la dirección de las empresas privadas y públicas, asegurando, en cada caso, el sentido social de la riqueza; control popular de precios.
  • Salario mínimo, vital y móvil.
  • Previsión social integral: unificación de los beneficios y extensión de los mismos a todos los sectores del trabajo.
  • Reformas de la legislación laboral tendientes a adecuarla al momento histórico y de acuerdo al plan general de transformación popular de la realidad argentina.
  • Creación del organismo estatal que con el control obrero posibilite la vigencia real de las conquistas y legislaciones sociales.
  • Estabilidad absoluta de los trabajadores.
  • Fuero sindical.
  1. Para la Soberanía Política:
  • Elaboración del gran plan político-económico-social de la realidad argentina, que reconozca la presencia del movimiento obrero como fuerza fundamental nacional, a través de su participación hegemónica en la confección y dirección del mismo.
  • Fortalecimiento del estado nacional popular, tendiente a lograr la destrucción de los sectores oligárquicos antinacionales y sus aliados extranjeros, y teniendo presente que la clase trabajadora es la única fuerza argentina que representa en sus intereses los anhelos del país mismo, a lo que agrega su unidad de planteamientos de lucha y fortaleza.
  • Dirección de la acción hacia un entendimiento integral (político-económico) con las naciones hermanas latinoamericanas.
  • Acción política que reemplace las divisiones artificiales internas, basadas en el federalismo liberal y falso.
  • Libertad de elegir y ser elegido, sin inhabilitaciones, y el fortalecimiento definitivo de la voluntad popular.
  • Solidaridad de la clase trabajadora con las luchas de liberación nacional de los pueblos oprimidos.
  • Política internacional independiente.

 

 

4.     El programa de Huerta Grande (1962)

La presión popular y la lucha obrera colocó en tiempo de descuento a la dictadura de Aramburu y Rojas. Así se dispuso llamar a elecciones con la proscripción total del peronismo, por lo que al movimiento nacional le quedaba la opción de votar en blanco o a alguno de los partidos autorizados como un mal menor. Ese fue el espacio ocupado por el desarrollismo y que dio origen a la tendencia integracionista dentro del sindicalismo (Eleuterio Cardozo); que será perfeccionada luego por Augusto Vandor.

En 1958 los peronistas se dividieron entre los que votaron en blanco y los que obedecieron la orden de Perón de apoyar a Frondizi, con quien había realizado un pacto (que incluía la devolución de la CGT y la sanción de una ley de asociaciones profesionales que respetara la estructura y principios del sindicalismo nacional). Cuando el nuevo presidente dejó en claro su política, el pacto estalló en mil pedazos. En esa coyuntura, en 1959, luego de una huelga general realizada por las 62 Organizaciones para apoyar la lucha de los obreros del frigorífico municipal Lisandro de la Torre en contra de su privatización, Frondizi lanzó el Plan Conintes que disparó una represión masiva de los trabajadores. La defensa de la Soberanía Nacional y la reconquista de la CGT fueron los objetivos planteados por el movimiento obrero, que se cristalizará en marzo de 1961 con la devolución de la central obrera.

Las elecciones de 1962 en la Provincia de Buenos Aires fueron de vital importancia ya que el peronismo logró un triunfo contundente, pese a las maniobras del gobierno y los colaboracionistas como Vandor. En esa ocasión fueron elegidos, entre otros, como gobernador, Andrés Framini (textiles), y como diputados Sebastián Borro (Frigorífico Nacional), Jorge Di Pascuale (Farmacia), Roberto García (Caucho), Eustaquio Tolosa (Portuarios).

Los militantes volvieron a dar la espalda al pueblo. Primero presionaron para anular las elecciones y luego derrocaron a Frondizi, pero sin tomar directamente el gobierno, que quedó en manos del presidente del Senado José María Guido.

En ese contexto, en un Plenario Nacional de las 62 Organizaciones realizado en Huerta Grande, Córdoba, se aprobó un programa en base a la lucha contra la oligarquía del peronismo y el “giro a la izquierda” alentado por Perón desde Madrid, y que fuera expresado en el discurso de Andrés Framini. Amado Olmos, el gran dirigente del gremio de la Sanidad, fue otro de los más destacados protagonistas del plenario e impulsor de muchas de las definiciones alcanzadas.

Estos son los diez puntos del programa de Huerta Grande:

  1. Nacionalizar todos los bancos y establecer un sistema bancario estatal y centralizado.
  2. Implantar el control estatal sobre el comercio exterior.
  3. Nacionalizar los sectores claves de la economía: siderurgia, electricidad, petróleo y frigoríficas.
  4. Prohibir toda exportación directa o indirecta de capitales.
  5. Desconocer los compromisos financieros del país, firmados a espaldas del pueblo.
  6. Prohibir toda importación competitiva con nuestra producción.
  7. Expropiar a la oligarquía terrateniente sin ningún tipo de compensación.
  8. Implantar el control obrero sobre la producción.
  9. Abolir el secreto comercial y fiscalizar rigurosamente las sociedades comerciales.
  10. Planificar el esfuerzo productivo en función de los intereses de la Nación y el Pueblo Argentino, fijando líneas de prioridades y estableciendo topes mínimos y máximos de producción.

Fuentes: Roberto Baschetti. Documentos de la resistencia peronista 1955-1970 Editorial De La Campana, La Plata, 1997.

 

 

5.     CGTA: Un polo de unidad antidictatorial

La CGT de los Argentinos (1968-1973), nacida del congreso normalizador “Amado Olmos” de la central obrera del 28 al 30 de marzo de 1968, surgió como una respuesta combativa a las variantes de adaptación al régimen generadas por las conducciones burocratizadas del sindicalismo peronista, nucleadas en las 62 Organizaciones con la hegemonía de la Unión Obrera Metalúrgica de Augusto Timoteo Vandor. Las consignas más clásicas de la CGTA traducen ese origen: “Más vale honra sin sindicatos que sindicatos sin honra”, y “Unirse desde abajo y organizarse combatiendo”.

La actitud antiburocrática de la CGTA implicó por eso, también, un salto de precisión en el modo como los sectores más dinámicos y combativos de la clase trabajadora y el activismo peronistas fueron procesando el desarrollo de su experiencia desde esa identidad política. De manera más explícita en algunos de esos sectores, de forma más latente en otros, con la CGTA empezaron a asumir como un hecho el fin de la condición movimientista original del peronismo, su quiebre en varios peronismos distintos y antagónicos.

Una manifiesta tendencia hacia posiciones clasistas fue el resultado de ese triple proceso de síntesis. Funcionó como efecto, pero también como causa de profundización, de la convergencia de esos sectores del activismo sindical y político del peronismo con expresiones de la izquierda marxista y de la militancia cristiana radicalizada.

El ya famoso programa del 1 de mayo de la CGT de los Argentinos, redactado por Rodolfo Walsh en la tradición de los documentos liminares de La Falda (1957) y Huerta Grande (1962) de las 62 Organizaciones pre-vandoristas, aparece como la traducción sistematizada de esa emergente concepción clasista. Es a partir de ese nuevo estadio de la conciencia de clase de los trabajadores peronistas desde donde el programa propone, con párrafos que parecen en muchos casos escritos para la Argentina menemista de los 90, caminos de unidad de acción para los empresarios nacionales, los pequeños y medianos empresarios, los profesionales, los estudiantes, los intelectuales, los artistas, los religiosos.

En sus tres o cuatro años de existencia efectiva, la CGTA intentó ser también en su práctica cotidiana ese ámbito de convergencia. Lo consiguió, de manera parcial, incompleta, a veces conflictiva, en el plano de la relación entre organizaciones sindicales y políticas del peronismo revolucionario, la izquierda y la Iglesia tercermundista. También en el del encuentro en la acción entre ese activismo y grupos de intelectuales, profesionales y artistas.

El semanario de CGTA se convirtió en un instrumento central de ese encuentro. Dirigido por el propio Walsh, con una redacción integrada por periodistas como Horacio Verbitsky o Rogelio García Lupo, la revista consiguió juntar un nivel de calidad profesional inusitado con una tarea también sin antecedentes de información sobre las formas y razones de las luchas populares para consumo de sus propios protagonistas. Llegó a tirar un millón de ejemplares y sus páginas sirvieron, por ejemplo, para editar por primera vez, dividida en varias notas, la investigación de Walsh sobre el asesinato del dirigente metalúrgico de Avellaneda Rosendo García, el “¿Quién mató a Rosendo?”, el más profundo análisis del significado político, y de los métodos de acción del vandorismo.

La CGTA fue también el escenario en el que se desarrollaron experiencias de militancia artística como las del pintor Ricardo Carpani, o las del Grupo Cine Liberación, que permitió la filmación -y el uso permanente como herramienta de formación y organización políticas- de la película “La hora de los hornos” de Fernando Solanas y Octavio Getino.

Carlos, Eichelbaum – www.los70.org.ar

 

 

 

A-    Mensajes a los trabajadores y al pueblo

Programa del 1° de mayo – CGT de los argentinos (1968).

  1. Nosotros, representantes de la CGT de los Argentinos, legalmente constituida en el congreso normalizador Amado Olmos, en este Primero de Mayo nos dirigimos al pueblo.

Los invitamos a que nos acompañen en un examen de conciencia, una empresa común y un homenaje a los forjadores, a los héroes y los mártires de la clase trabajadora.

En todos los países del mundo ellos han señalado el camino de la liberación. Fueron masacrados en oscuros calabozos como Felipe Vallese, cayeron asesinados en los ingenios tucumanos, como Hilda Guerrero. Padecen todavía en injustas cárceles.

En esas luchas y en esos muertos reconocemos nuestro fundamento, nuestro patrimonio, la tierra que pisamos, la voz con que queremos hablar, los actos que debemos hacer: esa gran revolución incumplida y traicionada pero viva en el corazón de los argentinos.

  1. Durante años solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos austeros: lo hemos sido hasta el hambre.

Nos pidieron que aguantáramos un invierno: hemos aguantado diez. Nos exigen que racionalicemos: así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros abuelos. Y cuando no hay humillación que nos falte padecer ni injusticia que reste cometerse con nosotros, se nos pide irónicamente que “participemos”. Les decimos: ya hemos participado, y no como ejecutores sino como víctimas en las persecuciones, en las torturas, en las movilizaciones, en los despidos, en las intervenciones, en los desalojos. No queremos esa clase de participación.

Un millón y medios de desocupados y subempleados son la medida de este sistema y de este gobierno elegido por nadie. La clase obrera vive su hora más amarga. Convenios suprimidos, derecho de huelga anulado, conquistas pisoteadas, gremios intervenidos, personerías suspendidas, salarios congelados.

La situación del país no puede ser otro que un espejo de la nuestra. El índice de mortalidad infantil es cuatro veces superior al de los países desarrollados, veinte veces superior en zonas de Jujuy donde un niño de cada tres muere antes de cumplir un año de vida.

Más de la mitad de la población está parasitada por la anquilostomiasis en el litoral norteño; el cuarenta por ciento de los chicos padecen de bocio en Neuquén; la tuberculosis y el mal de Chagas causan estragos por doquier. La deserción escolar en el ciclo primario llega al sesenta por ciento; al ochenta y tres por ciento en Corrientes, Santiago del Estero y el Chaco; las puertas de los colegios secundarios están entornadas para los hijos de los trabajadores y definitivamente cerradas las de la Universidad.

La década del treinta resucita en todo el país con su cortejo de miseria y de ollas populares.

Cuatrocientos pesos son un jornal en los secaderos de yerba, trescientos en los obrajes, en los cañaverales de Tucumán se olvida ya hasta el aspecto del dinero. A los desalojos rurales se suma ahora la reaccionaria ley de alquileres, que coloca a decenas de miles de comerciantes y pequeños industriales en situación de desalojo, cese de negocios y aniquilamiento del trabajo de muchos años. No queda ciudad en la República sin su cortejo de villas miserias donde el consumo de agua y energía eléctrica es comparable al de las regiones interiores del África. Un millón de personas se apiñan alrededor de Buenos Aires en condiciones infrahumanas, sometidas a un tratamiento de gheto y a las razzias nocturnas que nunca afectan las zonas residenciales donde algunos “correctos” funcionarios ultiman la venta del país y donde jueces “impecables” exigen coimas de cuarenta millones de pesos.

Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas banderas de la lucha.

  1. Grandes países que salieron devastados de la guerra, pequeños países que aún hoy soportan invasiones e implacables bombardeos, han reclamado de sus hijos penurias mayores que las nuestras. Si un destino de grandeza nacional, si la defensa de la patria, si la definitiva liquidación de las estructuras explotadoras fuesen la recompensa inmediata o lejana de nuestros males, ¿qué duda cabe de que los aceptaríamos en silencio? Pero no es así. El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los organismos financieros internacionales. Asistimos avergonzados a la culminación, tal vez el epílogo de un nuevo período de desgracias.

Durante el año 1967 se ha completado prácticamente la entrega del patrimonio económico del país a los grandes monopolios norteamericanos y europeos. En 1958 el cincuenta y nueve por ciento de lo facturado por las cincuenta empresas más grandes del país correspondía a capitales extranjeros; en 1965 esa cifra ascendía al sesenta y cinco por ciento; hoy se puede afirmar que tres cuartas partes del gran capital invertido pertenecen a los monopolios.

La empresa que en 1965 alcanzó la cifra más alta de ventas en el país, en 1968 ha dejado de ser argentina. La industria automotriz está descoyuntada, dividida en fragmentos que han ido a parar uno por uno a los grupos monopolistas. Viejas actividades nacionales como la manufactura de cigarrillos pasaron en bloque a intereses extranjeros. El monopolio norteamericano del acero está a punto de hacer su entrada triunfal. La industria textil y la de la alimentación están claramente penetradas y amenazadas.

El método que permitió este escandaloso despojo no puede ser más simple. El gobierno que surgió con el apoyo de las fuerzas armadas, elegido por nadie, rebajó los aranceles de importación, los monopolios aplicaron la ley de la selva —técnicamente conocido como dumping—, los fabricantes nacionales se fundieron ante las amplias ganancias que ofrecían los bancos a través de altas tasas de interés. Esos mismos monopolios, sirviéndose de bancos extranjeros ejecutaron luego a los deudores, llenaron de créditos a sus mandantes que con dinero argentino compraron a precio de bancarrota las empresas que el capital y el trabajo nacional habían levantado en años de esfuerzo y sacrificio.

Este es el verdadero rostro de la libre empresa, de la libre entrega, filosofía oficial del régimen por encima de ilusorias divisiones entre “nacionalistas” y “liberales”, incapaces de ocultar la realidad de fondo que son los monopolios en el poder.

Este poder de los monopolios que con una mano aniquila a la empresa privada nacional, con la otra amenaza a las empresas del Estado donde la racionalización no es más que el prólogo de la entrega, y anuda los últimos lazos de la dependencia financiera. Es el Fondo Monetario Internacional el que fija el presupuesto del país y decide si nuestra moneda se cotiza o no en los mercados internacionales. Es el Banco Mundial el que planifica nuestras industrias claves. Es el Banco Interamericano de Desarrollo el que indica en qué países podemos comprar. Son las compañías petroleras las que cuadriculan el territorio nacional y de sus mares aledaños con el mapa de sus inicuas concesiones. El proceso de concentración monopolista desatado por el gobierno no perdonará un solo renglón de la actividad nacional. Poco más y sólo faltará desnacionalizar la tradición argentina y los museos. La participación que se nos pide es, además de la ruina de la clase obrera, el consentimiento de la entrega. Y eso no estamos dispuestos a darlo los trabajadores argentinos.

  1. La historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción. Afirmamos que el hombre vale por sí mismo, independientemente de su rendimiento. No se puede ser un capital que rinde un interés, como ocurre en una sociedad regida por los monopolios dentro de la filosofía libreempresista. El trabajo constituye una prolongación de la persona humana, que no debe comprarse ni venderse. Toda compra o venta del trabajo es una forma de esclavitud.

La estructura capitalista del país, fundada en la absoluta propiedad privada de los medios de producción, no satisface sino que frustra las necesidades colectivas, no promueve sino que traba el desarrollo individual. De ella no puede nacer una sociedad justa ni cristiana.

El destino de los bienes es servir a la satisfacción de las necesidades de todos los hombres. En la actualidad prácticamente todos los bienes se hallan apropiados, pero no todos los hombres pueden satisfacer sus necesidades: el pan tiene dueño pero un dueño sin hambre. He aquí al descubierto la barrera que separa las necesidades humanas de los bienes destinados a satisfacerlas: el derecho de propiedad tal como hoy es ejercido.

Los trabajadores de nuestra patria, compenetrados del mensaje evangélico de que los bienes no son propiedad de los hombres sino que los hombres deben administrarlos para que satisfagan las necesidades comunes, proclamamos la necesidad de remover a fondo aquellas estructuras.

Para ello retomamos pronunciamientos ya históricos de la clase obrera argentina, a saber:

  • La propiedad sólo debe existir en función social.
  • Los trabajadores, auténticos creadores del patrimonio nacional, tenemos derecho a intervenir no sólo en la producción, sino en la administración de las empresas y la distribución de los bienes.
  • Los sectores básicos de la economía pertenecen a la Nación. El comercio exterior, los bancos, el petróleo, la electricidad, la siderurgia y los frigoríficos deben ser nacionalizados.
  • Los compromisos financieros firmados a espaldas del pueblo no pueden ser reconocidos.
  • Los monopolios que arruinan nuestra industria y que durante largos años nos han estado despojando, deben ser expulsados sin compensación de ninguna especie.
  • Sólo una profunda reforma agraria, con las expropiaciones que ella requiera, puede efectivizar el postulado de que la tierra es de quien la trabaja.
  • Los hijos de obreros tienen los mismos derechos a todos los niveles de la educación que hoy gozan solamente los miembros de las clases privilegiadas.

A los que afirman que los trabajadores deben permanecer indiferentes al destino del país y pretenden que nos ocupemos solamente de problemas sindicales, les respondemos con las palabras de un inolvidable compañero, Amado Olmos, quien días antes de morir, desentrañó para siempre esa farsa: El obrero no quiere la solución por arriba, porque hace doce años que la sufre y no sirve. El trabajador quiere el sindicalismo integral, que se proyecte hacia el control del poder, que asegura en función de tal el bienestar del pueblo todo. Lo otro es el sindicalismo amarillo, imperialista, que quiere que nos ocupemos solamente de los convenios y las colonias de vacaciones.

  1. Las palabras de Olmos marcan a fuego el sector de dirigentes que acaban de traicionar al pueblo y separarse para siempre del movimiento obrero. Con su experiencia, que ya era sabiduría profética, explicó los motivos de esa defección. “Hay dirigentes —dijo—, que han adoptado las formas de vida, los automóviles, las casas, las inversiones y los gustos de la oligarquía a la que dicen combatir. Desde luego con una actitud de ese tipo no pueden encabezar a la clase obrera”.

Son esos mismos dirigentes los que apenas iniciado el congreso normalizador del 28 de marzo, convocado por ellos mismos, estatutariamente reunido, que desde el primer momento sesionó con el quórum necesario, lo abandonaron por no poder dominarlo y cometieron luego la felonía sin precedentes en los anales del sindicalismo de denunciar a sus hermanos ante la Secretaría de Trabajo. Son ellos los que hoy ocupan un edificio vacío y usurpan una sigla, pero han asumido al fin su papel de agentes de un gobierno, de una oligarquía y de un imperialismo.

¿Qué duda cabe hoy de que Olmos se refería a esos dirigentes que se autocalifican de “colaboracionistas” y “participacionistas”? Durante más de un lustro cada enemigo de la clase trabajadora, cada argumento de sanciones, cada editorial adverso, ha sostenido que no existía en el país gente tan corrompida como algunos dirigentes sindicales. Costaba creerlo, pero era cierto. Era cierto que rivalizaban en el lujo insolente de sus automóviles y el tamaño de sus quintas de fin de semana, que apilaban fichas en los paños de los casinos y hacían cola en las ventanillas de los hipódromos, que paseaban perros de raza en las exposiciones internacionales.

Esa satisfacción han dado a los enemigos del movimiento obrero, esa amargura a nosotros. Pero es una suerte encontrarlos al fin todos juntos —dirigentes ricos que nunca pudieron unirse para defender trabajadores pobres—, funcionarios y cómplices de un gobierno que se dice llamado a moralizar y separados para siempre de la clase obrera.

Con ellos, que voluntariamente han asumido ese nombre de colaboracionistas, que significa entregadores en el lenguaje internacional de la deslealtad, no hay advenimiento posible. Que se queden con sus animales, sus cuadros, sus automóviles, sus viejos juramentos falsificados, hasta el día inminente en que una ráfaga de decencia los arranque del último sillón y de las últimas representaciones traicionadas.

  1. La CGT de los Argentinos no ofrece a los trabajadores un camino fácil, un panorama risueño, una mentira más. Ofrece a cada uno un puesto de lucha. Las direcciones indignas deben ser barridas desde las bases. En cada comisión interna, cada gremio, cada federación, cada regional, los trabajadores deben asumir su responsabilidad histórica hasta que no quede un vestigio de colaboracionismo. Esa es la forma de probar que la unidad sigue intacta y que los falsos caudillos no pueden destruir desde arriba lo que se ha amasado desde abajo con el dolor de tantos.

Este movimiento está ya en marcha, se propaga con fuerza arrasadora por todos los caminos de la República.

Advertimos sin embargo que de la celeridad de ese proceso depende el futuro de los trabajadores. Los sectores interesados del gobierno elegido por nadie no actúan aún contra esta CGT elegida por todos; calculan que la escisión promovida por dirigentes vencidos y fomentada por la Secretaría de Trabajo bastará para distraer unos meses a la clase obrera, mientras se consuman etapas finales de la entrega.

Si nos limitáramos al enfrentamiento con esos dirigentes, aun si los desalojáramos de sus últimas posiciones, seríamos derrotados cuando en el momento del triunfo cayeran sobre nosotros las sanciones que debemos esperar pero no temer.

El movimiento obrero no es un edificio ni cien edificios; no es una personería ni cien personerías; no es un sello de goma ni es un comité; no es una comisión delegada ni es un secretariado. El movimiento obrero es la voluntad organizada del pueblo y como tal no se puede clausurar ni intervenir.

Perfeccionando esa voluntad pero sobre todo esa Organización debemos combatir con más fuerza que nunca por la libertad, la renovación de los convenios, la vigencia de los salarios, la derogación de leyes como la 17.224 y la 17.709, la reapertura y creación de nuevas fuentes de trabajo, el retiro de las intervenciones y la anulación de las leyes represivas que hoy ofenden a la civilización que conmemora la declaración y el ejercicio de los derechos humanos.

Aun eso no es suficiente. La lucha contra el poder de los monopolios y contra toda forma de penetración extranjera es misión natural de la clase obrera, que ella no puede declinar. La denuncia de esa penetración y la resistencia a la entrega de las empresas nacionales de capital privado o estatal son hoy las formas concretas del enfrentamiento. Porque la Argentina y los argentinos queremos junto con la revolución moral y de elevamiento de los valores humanos ser activos protagonistas y no dependientes en la nueva era tecnológica que transforma al mundo y conmociona a la humanidad. Y si entonces cayeran sobre nosotros los retiros de personería, las intervenciones y las clausuras, será el momento de recordar lo que dijimos en el congreso normalizador: que a la luz o en la clandestinidad, dentro de la ley o en las catacumbas, este secretariado y este consejo directivo son las únicas autoridades legítimas de los trabajadores argentinos, hasta que podamos reconquistar la libertad y la justicia social y le sea devuelto al pueblo el ejercicio del poder.

  1. La CGT de los Argentinos no se considera única actora en el proceso que vive el país, no puede abstenerse de recoger las aspiraciones legítimas de los otros sectores de la comunidad ni de convocarlos a una gran empresa común, no puede siquiera renunciar a la comunicación con sectores que por una errónea inteligencia de su papel verdadero aparecen enfrentados a nuestros intereses. Apelamos pues:
  • A los empresarios nacionales, para que abandonen la suicida política de sumisión a un sistema cuyas primeras víctimas resultan ellos mismos. Los monopolios no perdonan, los bancos extranjeros no perdonan, la entrega no admite exclusiones ni favores personales. Lealmente les decimos: fábrica por fábrica los hemos de combatir en defensa de nuestras conquistas avasalladas, pero con el mismo vigor apoyaremos cada empresa nacional enfrentada con una empresa extranjera. Ustedes eligen sus alianzas: que no tengan que llorar por ellas.
  • A los pequeños comerciantes e industriales, amenazados por desalojo en beneficio de cuatro inmobiliarias y un par de monopolios dispuestos a repetir el despojo consumado con la industria, a liquidar los últimos talleres, a comprar por uno lo que vale diez, a barrer hasta con el almacenero y el carnicero de barrio en beneficio del supermercado norteamericano, que es el mercado único, sin competencia posible. Les decimos: su lugar está en la lucha, junto a nosotros.
  • A los universitarios, intelectuales, artistas, cuya ubicación no es dudosa frente a un gobierno elegido por nadie que ha intervenido las universidades, quemando libros, aniquilando la cinematografía nacional, censurando el teatro, entorpeciendo el arte. Les recordamos: el campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra.
  • A los militares, que tienen por oficio y vocación la defensa de la patria: Nadie les ha dicho que deben ser los guardianes de una clase, los verdugos de otra, el sostén de un gobierno que nadie quiere, los consentidores de la penetración extranjera. Aunque se afirme que ustedes no gobiernan, a los ojos del mundo son responsables del gobierno. Con la franqueza que pregonan les decimos: que preferiríamos tenerlos a nuestro lado y del lado de la justicia, pero que no retrocederemos de las posiciones que algunos de ustedes parecieran haber abandonado pues nadie debe ni puede impedir el cumplimiento de la soberana voluntad del pueblo, única base de la autoridad del poder público.
  • A los estudiantes queremos verlos junto a nosotros, como de algún modo estuvieron juntos en los hechos, asesinados por los mismos verdugos, Santiago Pampillón y Felipe Vallese. La CGT de los Argentinos no les ofrece halagos ni complacencias, les ofrece una militancia concreta junto a sus hermanos trabajadores.
  • A los religiosos de todas las creencias: sólo palabras de gratitud para los más humildes entre ustedes, los que han hecho suyas las palabras evangélicas, los que saben que “el mundo exige el reconocimiento de la dignidad humana en toda su plenitud, la igualdad social de todas las clases”, como se ha firmado en el concilio, los que reconocen que “no se puede servir a Dios y al dinero”. Los centenares de sacerdotes que han estampado su firma al pie del manifiesto con que los obispos del Tercer Mundo llevan a la práctica las enseñanzas de la Populorum Progressio: “La Iglesia durante un siglo ha tolerado al capitalismo… pero no puede más que regocijarse al ver aparecer en la humanidad otro sistema social menos alejado de esa moral… La Iglesia saluda con orgullo y alegría una humanidad nueva donde el honor no pertenece al dinero acumulado entre las manos de unos pocos, sino a los trabajadores obreros y campesinos”.Ese es el lenguaje que ya han hablado en Tacuarendí, en Tucumán en las villas miserias, valerosos sacerdotes argentinos y que los trabajadores quisiéramos oir en todas las jerarquías.
  1. La CGT convoca en suma a todos los sectores, con la única excepción de minorías entregadoras y dirigentes corrompidos, a movilizarse en los cuatro rincones del país para combatir de frente al imperialismo, los monopolios y el hambre. Esta es la voluntad indudable de un pueblo harto de explotación e hipocresía, herido en su libertad, atacado en sus derechos, ofendido en sus sentimientos, pero dispuesto a ser el único protagonista de su destino.

Sabemos que por defender la decencia todos los inmorales pagarán campañas para destruirnos. Comprendemos que por reclamar libertad, justicia y cumplimiento de la voluntad soberana de los argentinos, nos inventarán todos los rótulos, incluso el de subversivos, y pretenderán asociarnos a secretas conspiraciones que desde ya rechazamos.

Descontamos que por defender la autodeterminación nacional se unirán los explotadores de cualquier latitud para fabricar las infamias que les permitan clausurar nuestra voz, nuestro pensamiento y nuestra vida.

Alertamos que por luchar junto a los pobres, con nuestra única bandera azul y blanca, los viejos y nuevos inquisidores levantarán otras cruces, como vienen haciendo a lo largo de los siglos.
Pero nada nos habrá de detener, ni la cárcel ni la muerte. Porque no se puede encarcelar y matar a todo el pueblo y porque la inmensa mayoría de los argentinos, sin pactos electorales, sin aventuras colaboracionistas ni golpistas, sabe que sólo el pueblo salvará al pueblo.

Programa redactado por Rodolfo Walsh

 

 

6.     El Rosariazo

El Rosariazo fue una serie de movimientos de protesta, incluyendo manifestaciones y huelgas realizadas en la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina entre los meses de mayo y septiembre de 1969 contra la dictadura de Juan Carlos Onganía.

Se produjo en un clima de tensión generalizada contra el gobierno militar, como culminación de una escalada comenzada pocos días antes, el 13 de mayo en la provincia de Tucumán, donde los trabajadores del ingenio azucarero Amalia habían tomado las instalaciones en protesta por el impago de sus salarios. Al día siguiente, manifestaciones en la ciudad de Córdoba tomaron la calle contra la supresión del descanso sabático (el sábado inglés, vigente desde la década del ‘20). 3.500 obreros reunidos en asamblea para fijar la posición de su gremio se enfrentaron con la policía, lo que desembocó en un total de 11 heridos y 26 detenidos. Finalmente, en la provincia de Corrientes, los estudiantes universitarios protestaron contra el anuncio de un aumento del 500% en los precios del comedor universitario; la policía reprimió la marcha contra el rector Carlos Walker, matando al estudiante correntino Juan José Cabral. Los estudiantes rosarinos protestaron contra esas medidas, llevando a que el gobierno militar declarara la zona en emergencia y ordenara la imposición de la jurisdicción militar.

Primer Rosariazo:

El 16 de mayo, a causa de la inquietud producida por el repudio a los sucesos de Corrientes en la Facultad de Medicina, el rector de la Universidad Nacional de Rosario decidió la suspensión de las actividades durante tres días. Los estudiantes se congregaron en el Comedor Universitario, desde donde marcharon por el centro de la ciudad. Mientras tanto, desde la Capital Federal se anunció que se habían despachado refuerzos policiales a Corrientes y que la Gendarmería Nacional de Formosa estaba acuartelada en previsión de acontecimientos similares.

Al día siguiente, un grupo de unos 400 estudiantes se reunió nuevamente frente al Comedor Universitario, lanzando volantes y haciendo estallar artefactos de estruendo. La policía reprimió la manifestación que coreaba «Acción, acción, acción para la liberación». Un periodista describió así los eventos:

Un grupo de estudiantes, perseguidos por la policía, corre por la calle Corrientes hacia el sur y dobla por Córdoba, desde Entre Ríos aparecen más policías disparando sus armas. Los estudiantes y decenas de sorprendidos transeúntes quedan encerrados… Algunos estudiantes junto a una docena de paseantes —incluidos varios niños— ingresan a la Galería Melipal. El lugar tiene una sola boca de entrada y salida, por lo que otra vez quedan atrapados a merced de los guardias.

Los agentes ingresan al edificio y reanudan la golpiza. Entre los policías se encuentra el oficial inspector Juan Agustín Lezcano, un ex empleado de la boite Franz y Fritz. La gente trata de evitar como puede la lluvia de golpes: se escuchan súplicas, llantos y alaridos. En medio de la confusión suena un disparo. Cuando la policía se repliega queda en el suelo, junto a la escalera que lleva a los pisos superiores, el cuerpo de Adolfo Bello con la cara ensangrentada.

El estudiante Adolfo Bello murió pocas horas más tarde. El ministro del Interior, Guillermo Borda, atribuyó la responsabilidad de los hechos a la actividad política y gremial de la izquierda. La Confederación General del Trabajo de los Argentinos decretó el estado de alerta y citó a un plenario para el 20; mientras tanto, organizaba una olla popular para suplir el comedor, que había sido cerrado por orden de la autoridad. Las manifestaciones cobrarían cada vez más intensidad en los días siguientes.

El 20 de mayo, los estudiantes rosarinos anunciaron un paro nacional. Medidas similares tuvieron lugar en otras provincias: en Córdoba se realizó una marcha del silencio, en Corrientes, los docentes pidieron la destitución de las autoridades universitarias y en Mendoza se dispuso un paro de actividades y una marcha del silencio.

El 21 de mayo, las agrupaciones estudiantiles universitarias y de enseñanzas secundarias de Rosario y la CGTA convocaron a una nueva marcha de protesta, que partiría desde la olla popular instalada frente al local de la CGTA. Raimundo Ongaro fue uno de los oradores en la asamblea previa. Las fuerzas de seguridad, mientras tanto, acordonaron la zona con fuerzas de infantería, caballería y vehículos blindados, instando a los manifestantes a disolver la concentración. Pese al operativo de seguridad se congregaron más de 4.000 personas. Cuando iniciaron la movilización fueron reprimidos con gases lacrimógenos y fuerza física por la policía. El enfrentamiento devino campal, montándose barricadas en las calles y encendiéndose hogueras. Durante horas la policía intentó contener a los manifestantes, pero finalmente debió retirarse. Los manifestantes intentaron brevemente tomar la Jefatura de Policía, pero renunciaron a la idea y ocuparon el rectorado de la Universidad y la sede de transmisión de LT8 Radio Rosario. Un balazo policial abatió al obrero y estudiante Luis Norberto Blanco, de 15 años. Las fuerzas de seguridad atacaron también al médico que lo asistía y el joven murió pocos minutos más tarde.

Desde la madrugada del 22, Rosario fue declarada zona de emergencia bajo jurisdicción militar. El general Roberto Fonseca quedó al frente del gobierno. Entre patrullas de gendarmería, 89 personas fueron detenidas como consecuencia de la marcha. El 23, un grupo de 38 sindicatos dispuso la realización de un masivo paro industrial. Junto con una declaración de los sectores de la Iglesia más afines a los grupos obreros, la huelga fue un duro revés para el gobierno. Más de 7000 personas acompañaron al féretro de Blanco en su procesión hacia el cementerio y los obreros de la Unión Ferroviaria, que había adherido al paro, se manifestaron contra la suspensión de los delegados que tomaron la medida. El conflicto en los ferrocarriles sería agudo y desembocaría directamente en el Segundo Rosariazo pocos meses más tarde. Mientras tanto, la oposición al gobierno se materializaba en la negativa de numerosos eclesiásticos a celebrar el Te Deum del 25 de mayo y pocos días más tarde en la insurrección del Cordobazo, seguido de un paro nacional. Cuando el 20 de junio el general Onganía visitó el rosarino Monumento a la Bandera, la CGT lo declaró persona non grata.

Segundo Rosariazo:

Los eventos del primer Rosariazo y el Cordobazo llevaron a que el gobierno militar interviniera la Unión Ferroviaria (UF). Los convenios de trabajo fueron modificados unilateralmente, los dirigentes gremiales fueron encarcelados y se aplicó una reducción universal de sueldos. La tensión iría in crescendo y no tardaría en volver a detonar. El 7 de septiembre, los estudiantes de Rosario volvieron a las calles para conmemorar la muerte de los caídos en el conflicto con las fuerzas represivas. Al día siguiente, los delegados de la sección Rosario de la UF comenzaron una huelga en protesta por la suspensión del delegado administrativo Mario J. Horat, que había sido penalizado por promover la adhesión a los paros efectuados contra el gobierno. Más de 4.000 trabajadores se sumaron a la medida y esa misma noche se decidió prolongarla por 72 horas. Otras seccionales y agrupaciones se adhirieron a la medida.

Ante el gran seguimiento del paro en Rosario, Arroyo Seco, Cañada de Gómez, Casilda, Empalme, San Nicolás y Villa Constitución, la empresa anunció medidas de suspensión, a lo que los delegados ferroviarios respondieron declarando la huelga por tiempo indeterminado. La adhesión a la misma se extendió por todo el país.

El gobierno nacional, mediante el decreto 5324/69, ordenó la aplicación de la Ley 14.467, de Defensa Civil, disponiendo la movilización de todo el personal ferroviario bajo el Código de Justicia Militar y criminalizando por lo tanto la medida de fuerza. A partir del 16, la CGT en pleno se sumó a la protesta, así como las asociaciones estudiantiles y políticas. Mientras tanto, las medidas de fuerza se extendían por el país, con la ocupación de varias fábricas en Córdoba y un levantamiento masivo en Cipolletti (provincia de Río Negro).

El 16 de septiembre, a partir de las 10 de la mañana, comenzó la convergencia de columnas de trabajadores, estudiantes y otros manifestantes en dirección al local de la CGT. 2​Una columna de más de 7.000 obreros ferroviarios se dirigió a los molinos harineros Minetti desde el local de La Fraternidad. Se le sumaron otras compuestas por obreros textiles, vidrieros, albañiles, eléctricos, frigoríficos y metalúrgicos. Además de los sindicatos del ferrocarril, la Asociación Bancaria, la Asociación de Trabajadores del Estado, la Federación de Obreros y Empleados de Correos y Telecomunicaciones, la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos de la República Argentina, la Federación de Trabajadores de la Industria de la Alimentación, el Sindicato del Seguro, el Sindicato de Obreros Jaboneros, el Sindicato de la Carne, el Sindicato Unidos Petroleros de Estado, el Sindicato Luz y Fuerza, el Sindicato de Trabajadores Químicos y Petroquímicos, el Sindicato de Obreros y Empleados Papeleros, el Sindicato Obrero de la Industria del Vidrio y Afines, el Sindicato de Obreros Panaderos, la Unión de Trabajadores Hoteleros y Gastronómicos de la República Argentina y la Unión Obrera Metalúrgica se adhirieron a la medida. Los tranviarios y transportistas fueron las más importantes de las asociaciones que se negaron a acatarla, lo que se reflejó en la quema de transportes.

Ante la resistencia policial, los manifestantes volvieron a erigir barricadas y a enfrentarse abiertamente a las fuerzas de seguridad. Los vehículos policiales y de transporte público fueron incendiados y la manifestación logró avanzar, haciendo retroceder a la policía hacia unas pocas plazas fuertes formadas por las sedes institucionales, en particular la del Comando del II Cuerpo de Ejército y la Jefatura de Policía.

El conflicto se extendió a los barrios, de donde se repelió a la policía. Un total de unos 250.000 manifestantes lograron mantener el control de la situación durante todo el día. No fue hasta el 17 cuando el Ejército reemplazó a las fuerzas de seguridad, informando un comunicado del general Herberto Robinson, que abrió fuego contra cualquier grupo que se le opuso. Se conformaron tribunales militares ad hoc. El entonces coronel Leopoldo Fortunato Galtieri comandaba las fuerzas del arma de artillería que llevaron a cabo la acción a partir de las 21:00. La resistencia en algunos barrios continuó aún otro día más, hasta que los militares tomaron control de toda la ciudad.

Cerutti, Leonidas; Sellares, Mirta (2002). Revista Los ’70.

 

 

Bibliografía:

  1. Laura Man y Paula Dávila. Historia del movimiento obrero y del sindicalismo en Argentina. 1ª ed. Buenos Aires. Confederación de Educadores Argentinos. 2009. En trabajo.gov.ar/downloads/formacionSindical
  2. Historia Manual de Historia del Movimiento Obrero Argentino. trabajo.gov.ar/downloads/formacionSindical
  3. Clase Obrera y Peronismo 1946/55. http://contexthistorizar.blogspot.com.ar
  4. El significado del peronismo 1946-1955. Delegados y Comisiones Internas.
  5. Balvé, Beba C. Rosario Septiembre de 1955. rodolfowalsh.org
  6. Cerutti, Leonidas; Sellares, Mirta (2002). Revista Los ’70.